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2/01/2022

Wepiapa'a - Un lugar propio

 Por, Olimpia Palmar Iipuana

 

Fotografía: Lismari Machado

 “Creo en Uribía porque es un pueblo que ha creído en mi”

Una mujer que lidera el proceso organizativo del asentamiento de migrantes, retornados y pendulares más grande de Uribía con unos dos mil 500 núcleos familiares, es una emprendedora que ofrece diariamente su sazón en su improvisado restaurante, es cabeza de una numerosa familia, no tiene hijos, pero se hace cargo de 4 sobrinos. A sus 50 años su mayor orgullo es su identidad étnica y su mayor fuerza es su don de servicio.


Para hablar de la historia de Nancy Margo Prieto González, se hace necesario retomar la historia de sus padres, ella está convencida de que su vida es el legado heredado por los seres que le forjaron la vida. Ella está sentada, lleva puesta una manta negra con blanco, una mochila donde guarda otra mochila pequeña en la que enrolla el dinero que acaba de contar, sonriente, atenta, gentil y cariñosamente nos hace seña para sentarnos en una larga silla de madera, la misma en la que ella sirve decenas de platos de comida en el popular mercado de La Florida en Uribia, La Guajira conocida como la capital indígena de Colombia.  

 

¿Quién es Nancy Margo Prieto?

Soy una mujer wayuu retornada desde hace 5 años, soy del Eirüku Pausayu e hija del eiruku Jayaliyu. Fui formada por Dionisia Prieto Pausayu mi madre y por mi padre José Antonio González Jayaliyu de Nazareth Alta Guajira, ambos difuntos. Ellos se fueron para Maracaibo porque allá (en Nazaret) no llegaba nada. No podían continuar sus estudios porque no tenían documentos así que se fueron a aventurar a la ciudad de Maracaibo. Con 21 años mi mamá dio a luz a una niña, esa soy yo la mayor de siete hermanos.

 

Y ¿cómo es esa relación con el territorio y la ciudad?

Mi madre en todas las vacaciones nos traía a la comunidad, para nosotros no era otro país era simplemente nuestro territorio, e incluso no recuerdo haber llegada a Uribía o a Maicao, era más fácil llegar a Maracaibo.

 

Me gradué de bachiller y comencé a estudiar educación preescolar en el tecnológico Monseñor José Talavera , y trabajo como suplente en una escuela rural por La Villa . En ese ir y venir conocí a un hombre de quien me enamoré, y él me trajo a vivir a Nazaret en la comunidad de Ololo, al mismo lugar de donde habían salido mis padres para buscar una mejor vida. En los siete años de convivencia me hice maestra de la escuela Villa Fátima, los niños siempre me han ilusionado y me gusta trabajar para ellos y con ellos. 

 

Con la ruptura del matrimonio de siete años regresó a Maracaibo, específicamente al Barrio El Marite de la parroquia Idelfonso Vázquez en la zona donde se concentraba la mayor población indígena Wayuu de la ciudad.

 

Guardó su cédula colombiana y allí empezó de nuevo. Con su experiencia de maestra abrió una escuela para dar refuerzo o clases complementarias, su pasión, su forma de implementar las estrategias educativas la hicieron popular.  “Tenía una matrícula de 60 niños en dos turnos, mis alumnos no se perdían mis clases, los clasificaba según su lectura, la tabla de multiplicar y así los iba nivelando” Dice Nancy, dejando su emoción para envestirse de nostalgia, el vallenato que suena a unos cuantos metros se escucha más fuerte y ella vuelve a emocionarse, pareciera que esta entrevista la hubiera esperado por años.

 

¿En qué momento decide usted atravesar la frontera y desempolvar tu cédula colombiana?

En el barrio todos me conocían porque sus hijos aprendieron a leer conmigo, así que un día una amiga me dijo que le buscara un colector para su camión, ella trabajaba trayendo mercancías desde Maracaibo hasta Maicao, después de varias horas le dije que yo le podía servir de colector y ella me contrató.

 

La plata que ganaba enseñando no alcanzaba para mantener mi casa y la de mi madre, así que la calidad de vida que buscó mi madre en su juventud la estábamos perdiendo.

 

Cuéntanos ¿Cómo era tu trabajo de colector?

Me tocaba levantar la mercancía, marcarla, contarla, cobrar los pasajes y entregar las cuentas. A veces me tocaba hablar con los guardias venezolanos para poder pasar. Con lo que ella me pagó hice capital para empezar a traer mi propia mercancía, yo elegí vender productos para dama, era más barato y se vendía más rápido, así que seguía de colector y también era inversionista, traía mis peines, cepillos, tinte para el cabello, ganchos y otros productos. Me sentía bien porque mi ingreso sostenía el bienestar de mi familia.

 

Aunque su vida es un constante cambio lleno de desafíos y nuevos retos, Nancy asegura que ella fue formada para servir a los demás, la buena vida que anhela es la tranquilidad de saludar a sus vecinos, de ver bien a los niños de su alrededor y el tener algo para quien la necesite.

 

¿Y por qué te viniste a Uribia?

Con la mercancía teníamos que sentarnos varios días en la calle 13 de Maicao, una vez entró la DIAN y nos decomisó toda la mercancía. Una de las chicas de las quince que trabajamos juntas nos dijo que nos viniéramos a Uribia, porque la DIAN no molesta a los Wayuu y habían un buen mercado. Así que llegué a Uribía y me bajé del carro con 4 peines y un poquito de ganchos. No era suficiente y mi ingreso era muy bajo. Dormí varias semanas en la acera, al aire libre, yo comandaba a las demás mujeres para organizarnos en el trabajo.

 


Una mañana se acercó a mí, mi expareja que vivía en Uribía con su actual familia, se ofreció a buscarme una casa para arrendar en el barrio Las Mercedes. Recogimos entre varios y nos instalamos en la casa. Yo me traje a mi mamá, papá, hermanos y sobrinos en cuestión de meses éramos 50 personas en esa casa y en año con seis meses pasamos de pagar 150 mil a 600 mil pesos. Mi ingreso consistía en recibir la mercancía de otros venezolanos en Uribía, si alguien traía mayonesa y acá se la querían comprar barato me la dejaban y yo la vendía en una mesa frente al cementerio, sacaba mi ganancia y les pagaba su plata.

 

Pero un accidente de tránsito que involucró a su sobrina, le interrumpió su diarismo y la llevó a conocer Valledupar, es la primera vez que siente que está en otro país porque el traslado de su sobrina fue muy complejo por no tener documentos colombianos. Allí sintió la necesidad de saber sobre trámites y procesos administrativos que le dieran apertura al acceso a los derechos de la población migrante.  Las diligencias y la recuperación la dejaron sin capital así que tendría que empezar de cero nuevamente.

 

“Nos sacaron de la casa porque no teníamos con que pagarla. Nos mudamos a una casa de barro cerca de Cuatro Vías, empecé a vender arepas de quinientos pesos, al día vendía entre 450 a 500 arepas, salí adelante gracias a mis arepas de 500 pesos, después incluimos sopas, en ese ir y venir escuché que estaban ocupando un terreno cerca de Las Mercedes y con rastrillo en mano llegué a la invasión”

 

La emoción de Nancy contagia a quienes la escuchamos, ella se siente realizada porque su lucha ha dignificado no sólo a su familia sino también a sus vecinos del asentamiento. Sus días trascurren entre cuidar su vivero porque en medio del desierto habitado por migrantes ella siembra, abre el restaurant donde trabaja con dos de sus hermanas y corre de rato en rato a las reuniones de la comunidad, ella participa en varios proyectos para facilitar información y asesoría a la población migrante.

 

¿Cómo empezaste en el asentamiento?

“Era el basurero de Uribía y decidimos habitarlo. Yo empecé como invasora de un espacio ajeno así como todos queríamos un lugar propio. Invertimos horas limpiando el terreno. Mi primera construcción fue un palo con dos bolsas negras amarradas, ahora tengo una casa con láminas, pero es mi casa. Me siento realizada, vivo en Uribía en mi propia casa, tengo mi propio negocio y soy voluntaria en el proceso organizacional de la comunidad. Nos han intentado desalojar varias veces, pero nos hemos formado para hacer eco de nuestros derechos”

 

“Cada líder encabezó una manzana, le pusimos nombres y números a las casas y calles. Y esa es mi razón de vida. Quiero convencer a mis paisanos wayuu, a los retornados y a los migrantes que tenemos derechos y sueños por los que debemos luchar diariamente. Uribia ha sido receptiva conmigo, creo en Uribía porque es pueblo que apuesta por mi”

 

La música sigue aumentando el volumen quienes departen cerca de nosotros también comienzan a hablar más fuerte, el sol ya se está ocultando. Nancy ya está impaciente por irse a descansar, por lo que decidimos despedirnos con un apretón de mano como símbolo de consuelo porque, aunque está emocionada por continuar la vida, Nancy recién regresa de su territorio después de cumplir el primer mes del fallecimiento de su madre.

1 comentario:

  1. Norelis Velasquez Bonivento2 de febrero de 2022, 10:15

    Me parece interesante que visibilicen las condiciones en las que viven los migrantes,retornados y la motivación de seguir adelante.

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