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11/25/2022

Sujutu Jiyeyuu – El Valor De La Mujer

 

La lucha feminista en el mundo es algo de conocimiento global, en la última década se han fortalecido en algunos Estados a través de las leyes la protección hacia las mujeres, esas son sólo algunas de las luchas que han ganado, pero de nada sirven las leyes sin verdaderas garantías de cumplimiento, porque más allá del castigo al infractor la ley debe ser promovida para evitar esas infracciones; por encima de aparecer en un documento el proceso debe apuntar hacia prevenir la violencia hacia la mujer y garantizar sus derechos, confieso que estos temas de alguna forma eran desconocidos para mí y que poco a poco he ido comprendiendo su importancia.

 

La primera vez que tuve noticias sobre la violencia basada en género me sorprendió el hecho de las mujeres tuvieran que luchar hoy en día por sus derechos cuando yo pensaba que eso era algo que nuestras abuelas ya habían superado, porque en mi familia la mayoría de los profesionales eran las mujeres, porque la cabeza de mi clan Epieyuu era una mujer. Pero con el tiempo fui entendiendo que no todos se criaron en las mismas condiciones y con el mismo contexto familiar que yo lo hice. Era común escuchar para mí que las mayores dijeran indignadas: maalita’le apüralüjain süta’a ayatataaka shia kepiain nümaa eekai kata’lin – Cómo no sé compadece de su propio dolor para continuar con un hombre maltratador. Y quizás algo más abrumador para la figura patriarcal: nnojotsu cho’ujaain tü tooloyuukoluirua, cho’ujaaka wachonyuu wamüin – No pueden importar más los hombres que los hijos.

 

Crecí entre mujeres wayuu que tal vez no encajan en la visión tradicional y generalizada de la mujer wayuu, ellas son de pose erguida y palabra serena pero certera, no dan rodeos para hacer saber sus posturas y pensamientos, en medio de esa determinación que las caracteriza son muy abnegadas, quizás por eso muchas son maestras, enfermeras, médicas y gestoras sociales. Ellas tejieron en mi mente el pensamiento de que todos tenemos las mismas capacidades para desarrollar una vida mejor, de niño escuché frases como “anashii wanoutai wakua’ipa saashin kusinachonkoo – debemos dirigir nuestro destino como dijo la pequeña kusina” esas palabras eran la antesala para un trabajo colectivo, así nos fueron enseñando que todos podíamos moldear o conducir nuestro destino y nuestra suerte. Mi abuela Inés se amarraba un mecate a la cintura y salía a hacer trabajos de hombres como le decían los demás, ella cortaba leña, picaba las palmas de coco y las amontonaba para venderlas, regaba la huerta y levanto el cercado de su tierra, vio que los hombres hacían todo aquellos con sus manos, entonces ella con sus manos hizo lo imaginable para otras mujeres.

 

De mis madres aprendí que las mujeres reciben a los niños al nacer y son ellas quienes lo cargan para enterrarlo si la muerte violenta se los ha arrebatado, son las mujeres las portadoras y transmisoras de la vida y son ellas las salvaguardas de lo sagrado. En más de una oportunidad las ví luchar por la familia, echando a sus hombres hacia atrás para salir ellas adelante en defensa de lo que aman. Fue en ese ambiente que se sembró en mi ser el hecho de que familia es “Apüshii – aquellos a quienes estoy amarrado” entendemos que esa cuerda que nos une es la carne que nuestras madres nos heredaron, un hilo invisible que es tan fuerte que ha sostenido en el tiempo la memoria de alianzas y acuerdos generacionales que aún hoy honramos. “Nnojotsu wataraishin tü wapüshikat, wala’ajaa wamüinjatüka shia – La familia no es como el sucio de la piel que puedes limpiarte.

 

De pequeño escuché tantas historias, sobre hombres nobles y cariñosos cómo “Rianta, chi Wayuu outa eerüinchikai – El hombre al que se le murió la esposa” o Simiriuu el padre lluvia que defendió a Wolunka y castigó a los abusadores, también escuché sobre mujeres valientes y decididas como las Irama “Venadas” que emigraron del Norte hasta el Sur de La Guajira porque el sueño les dijo que allá tenían el agua para sobrevivir, la voz de los hombres opuso a salir del norte, acostumbrados a imponerse y mandar sobre la vida de sus mujeres decidieron que ellas seguirían buscando agua de los jagüeyes espesos y convertidos en lodo, aquellas mujeres tomaron a sus hijos y se fueron hasta las riveras del río Kalankala y allá constituyeron una comunidad que luego se extendió por toda La Guajira, ellas se negaron a volver con aquellos hombres abusivos que sólo buscaban aprovecharse de ellas y fue tal su oposición que Pulooi las convirtió en los seres que son hoy en día, indomables y desconfiadas.

 

Aquellas mujeres que me criaron eran hijas de hombres Pütchipü’üi (palabreros) eran nietas de agricultores y ganaderos, ellas crecieron entre transhumancias tan ostentosas que los ganados de sus tíos “Daniel, Juan y Dimas Fernández” no se podían contar y abarcaban extensiones enteras de sabana y cerros en Iichipa’a y el Rooyo entre el corregimiento de la Flor de La Guajira y Siapana. Ellas conocieron lo mejor de la cultura pero también vivieron lo más bajo, los abuelos y los tíos nunca permitieron que sus mujeres fueran ofendidas o agredidas, ellas tenían en su clan una protección que les garantizó vivir sin miedos. Es allí donde uno dice que la lucha de las mujeres por sus derechos no debe ser ajeno a los hombres, que superado el discurso de igualdad y autosuficiencia de la mujer, los hombres wayuu debemos reflexionar sobre nuestra postura hoy en día para con nuestras mujeres, si somos figuras presentes en la vida de nuestras esposas, madres, hijas, hermanas, tías, primas, sobrinas. Cuánto hacemos por darles importancia en nuestra cotidianidad.

 

Es necesario refrescar la memoria colectiva y volver al origen de nuestro pensamiento, a esas historias antes de la colonia cuando los abuelos cantaban sobre las generaciones de los hijos de Mma y Juya. Cuando los Ka’ulayawaa reflejaban la libertad entre los géneros sin censura y castigos. Bueno sería volver a contar sobre Akumajaa la mujer que recorrió la península de La Guajira recopilando los diseños del arte wayuu, venciendo miedos y aprendiendo de las madres creadores del tejido. La historia de Ji’ise y Maküi que sacaban de sus venas los hilos para sus tejidos. La historia sobre la mujer Waraarat que cansada de los conflictos de sus familiares decidió amarrarlos con sus brazos. O la julamia Maawui, que aprendió de Palaa el arte de tejer, de sus cabellos sacaba las motas blancas de su tejido, hacía tejidos tan blancos y perfectos como la espuma del mar. El relato de Kanaspi, la madre de Akumajaa que le enseño a observar el mundo y descubrir la belleza en los cerros, el sol y las plantas. El relato sobre mujeres como Pali’ise que se consagró a cuidar de sus hombres y se convirtió en planta sanadora, o las mujeres Pulooi que resguardan las fuentes de agua. Las mujeres outsu que son las mediadoras entre el mundo terrenal y el espiritual. O la sagrada A’lania.

 

Pero sobre todo nunca olvidemos ni dejemos de contar sobre las historias de nuestras mujeres luchadoras, de las que nos brindaron la vida y nos hicieron familia. De mujeres como María Elena Palmar que se vino hace más de un siglo ha Los Filuos y allí diseñó nuevos tejidos sociales para sus hijos. Mujeres como Remedios Fajardo ha promovido el “Anaa akua’ipaa” un diseño curricular para la educación propia y apropiada en La Guajira. Mujeres como nuestras madres y nuestras abuelas. Porque en la medida que les demos esa importancia jamás dejaremos que sean lastimadas.

 

Amaüjaa es el conjunto de todos los tipos de violencias, desde la física como golpes, abusos y violaciones hasta las agresiones verbales y psicológicas.

 

#LaGuajiraEsTuCasa te invita a reflexionar sobre la importancia de la mujer en nuestro hogar y sociedad.

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