Por, Olimpia Palmar Iipuana
“Creo
en Uribía porque es un pueblo que ha creído en mi”
Una mujer que lidera el proceso organizativo
del asentamiento de migrantes, retornados y pendulares más grande de Uribía con
unos dos mil 500 núcleos familiares, es una emprendedora que ofrece diariamente
su sazón en su improvisado restaurante, es cabeza de una numerosa familia, no
tiene hijos, pero se hace cargo de 4 sobrinos. A sus 50 años su mayor orgullo
es su identidad étnica y su mayor fuerza es su don de servicio.
Para hablar de la
historia de Nancy Margo Prieto González, se hace necesario retomar la historia
de sus padres, ella está convencida de que su vida es el legado heredado por
los seres que le forjaron la vida. Ella está sentada, lleva puesta una manta
negra con blanco, una mochila donde guarda otra mochila pequeña en la que enrolla
el dinero que acaba de contar, sonriente, atenta, gentil y cariñosamente nos
hace seña para sentarnos en una larga silla de madera, la misma en la que ella
sirve decenas de platos de comida en el popular mercado de La Florida en
Uribia, La Guajira conocida como la capital indígena de Colombia.
¿Quién es Nancy Margo Prieto?
Soy una mujer
wayuu retornada desde hace 5 años, soy del Eirüku Pausayu e hija del eiruku
Jayaliyu. Fui formada por Dionisia Prieto Pausayu mi madre y por mi padre José
Antonio González Jayaliyu de Nazareth Alta Guajira, ambos difuntos. Ellos se fueron
para Maracaibo porque allá (en Nazaret) no llegaba nada. No podían continuar
sus estudios porque no tenían documentos así que se fueron a aventurar a la
ciudad de Maracaibo. Con 21 años mi mamá dio a luz a una niña, esa soy yo la mayor
de siete hermanos.
Y ¿cómo es esa relación con el territorio y
la ciudad?
Mi madre en todas
las vacaciones nos traía a la comunidad, para nosotros no era otro país era
simplemente nuestro territorio, e incluso no recuerdo haber llegada a Uribía o
a Maicao, era más fácil llegar a Maracaibo.
Me gradué de
bachiller y comencé a estudiar educación preescolar en el tecnológico Monseñor
José Talavera , y trabajo como suplente en una escuela rural por La Villa . En
ese ir y venir conocí a un hombre de quien me enamoré, y él me trajo a vivir a Nazaret
en la comunidad de Ololo, al mismo lugar de donde habían salido mis padres para
buscar una mejor vida. En los siete años de convivencia me hice maestra de la
escuela Villa Fátima, los niños siempre me han ilusionado y me gusta trabajar
para ellos y con ellos.
Con la ruptura del
matrimonio de siete años regresó a Maracaibo, específicamente al Barrio El Marite
de la parroquia Idelfonso Vázquez en la zona donde se concentraba la mayor población
indígena Wayuu de la ciudad.
Guardó su cédula colombiana
y allí empezó de nuevo. Con su experiencia de maestra abrió una escuela para
dar refuerzo o clases complementarias, su pasión, su forma de implementar las
estrategias educativas la hicieron popular. “Tenía una matrícula de 60 niños en dos
turnos, mis alumnos no se perdían mis clases, los clasificaba según su lectura,
la tabla de multiplicar y así los iba nivelando” Dice Nancy, dejando su emoción
para envestirse de nostalgia, el vallenato que suena a unos cuantos metros se
escucha más fuerte y ella vuelve a emocionarse, pareciera que esta entrevista
la hubiera esperado por años.
¿En qué momento decide usted atravesar la
frontera y desempolvar tu cédula colombiana?
En el barrio
todos me conocían porque sus hijos aprendieron a leer conmigo, así que un día
una amiga me dijo que le buscara un colector para su camión, ella trabajaba
trayendo mercancías desde Maracaibo hasta Maicao, después de varias horas le
dije que yo le podía servir de colector y ella me contrató.
La plata que
ganaba enseñando no alcanzaba para mantener mi casa y la de mi madre, así que
la calidad de vida que buscó mi madre en su juventud la estábamos perdiendo.
Cuéntanos ¿Cómo era tu trabajo de colector?
Me tocaba
levantar la mercancía, marcarla, contarla, cobrar los pasajes y entregar las
cuentas. A veces me tocaba hablar con los guardias venezolanos para poder
pasar. Con lo que ella me pagó hice capital para empezar a traer mi propia
mercancía, yo elegí vender productos para dama, era más barato y se vendía más
rápido, así que seguía de colector y también era inversionista, traía mis
peines, cepillos, tinte para el cabello, ganchos y otros productos. Me sentía
bien porque mi ingreso sostenía el bienestar de mi familia.
Aunque su vida es
un constante cambio lleno de desafíos y nuevos retos, Nancy asegura que ella
fue formada para servir a los demás, la buena vida que anhela es la
tranquilidad de saludar a sus vecinos, de ver bien a los niños de su alrededor
y el tener algo para quien la necesite.
¿Y por qué te viniste a Uribia?
Con la mercancía
teníamos que sentarnos varios días en la calle 13 de Maicao, una vez entró la
DIAN y nos decomisó toda la mercancía. Una de las chicas de las quince que
trabajamos juntas nos dijo que nos viniéramos a Uribia, porque la DIAN no
molesta a los Wayuu y habían un buen mercado. Así que llegué a Uribía y me bajé
del carro con 4 peines y un poquito de ganchos. No era suficiente y mi ingreso
era muy bajo. Dormí varias semanas en la acera, al aire libre, yo comandaba a
las demás mujeres para organizarnos en el trabajo.
Pero un accidente
de tránsito que involucró a su sobrina, le interrumpió su diarismo y la llevó a
conocer Valledupar, es la primera vez que siente que está en otro país porque
el traslado de su sobrina fue muy complejo por no tener documentos colombianos.
Allí sintió la necesidad de saber sobre trámites y procesos administrativos que
le dieran apertura al acceso a los derechos de la población migrante. Las diligencias y la recuperación la dejaron
sin capital así que tendría que empezar de cero nuevamente.
“Nos sacaron de
la casa porque no teníamos con que pagarla. Nos mudamos a una casa de barro
cerca de Cuatro Vías, empecé a vender arepas de quinientos pesos, al día vendía
entre 450 a 500 arepas, salí adelante gracias a mis arepas de 500 pesos, después
incluimos sopas, en ese ir y venir escuché que estaban ocupando un terreno
cerca de Las Mercedes y con rastrillo en mano llegué a la invasión”
La emoción de
Nancy contagia a quienes la escuchamos, ella se siente realizada porque su
lucha ha dignificado no sólo a su familia sino también a sus vecinos del
asentamiento. Sus días trascurren entre cuidar su vivero porque en medio del
desierto habitado por migrantes ella siembra, abre el restaurant donde trabaja
con dos de sus hermanas y corre de rato en rato a las reuniones de la
comunidad, ella participa en varios proyectos para facilitar información y
asesoría a la población migrante.
¿Cómo empezaste en el asentamiento?
“Era el basurero
de Uribía y decidimos habitarlo. Yo empecé como invasora de un espacio ajeno así
como todos queríamos un lugar propio. Invertimos horas limpiando el terreno. Mi
primera construcción fue un palo con dos bolsas negras amarradas, ahora tengo
una casa con láminas, pero es mi casa. Me siento realizada, vivo en Uribía en
mi propia casa, tengo mi propio negocio y soy voluntaria en el proceso
organizacional de la comunidad. Nos han intentado desalojar varias veces, pero
nos hemos formado para hacer eco de nuestros derechos”
“Cada líder
encabezó una manzana, le pusimos nombres y números a las casas y calles. Y esa
es mi razón de vida. Quiero convencer a mis paisanos wayuu, a los retornados y
a los migrantes que tenemos derechos y sueños por los que debemos luchar diariamente.
Uribia ha sido receptiva conmigo, creo en Uribía porque es pueblo que apuesta
por mi”
La música sigue
aumentando el volumen quienes departen cerca de nosotros también comienzan a
hablar más fuerte, el sol ya se está ocultando. Nancy ya está impaciente por
irse a descansar, por lo que decidimos despedirnos con un apretón de mano como
símbolo de consuelo porque, aunque está emocionada por continuar la vida, Nancy
recién regresa de su territorio después de cumplir el primer mes del
fallecimiento de su madre.
Me parece interesante que visibilicen las condiciones en las que viven los migrantes,retornados y la motivación de seguir adelante.
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