Foto Oumala Epieyu |
Poco dormí esta última semana, reciclar con el invierno se ha tornado una lucha casi imposible, el cartón se desmorona y las botellas plásticas se llenan de agua y tierra mojada, así son mal pagadas. Mis padres me pusieron a estudiar para aprender a leer y escribir, cuando aprendí tuve que salir a ganarme la vida. Casi no conocíamos lo que era padecer necesidad porque estábamos acostumbrados a tener poco pero era lo estrictamente necesario, mi mamá quería que yo continuara estudiando, mi papá no lo creyó necesario y a mí tampoco me gustaba mucho porque yo quería era dinero, comprar mis cosas y salir a chicanear. Así como lo hicieron los abuelos, junto a nuestros padres ya nos habíamos acostumbrado a esta forma de vivir, hasta que las cosas cambiaron, ahora estoy aquí en un rancho de bolsas plásticas esperando a que amanezca para salir a trabajar, estás navidades de nuevo serán con el cuerpo aquí y el alma allá en San Francisco entre gaitas, abrazos y dulces de navidad.
Ayer volví a comer lentejas, de nuevo me recordó mucho a los últimos días que pasé en Venezuela, ese día antes de salir me detuve a escuchar a un predicador en el terminal decir que las lentejas que hoy comemos son aquellas que comió Esaú a cambio de su primogenitura; no entendí mucho la referencia pero ¿qué otra cosa podíamos comer sino el pan que Diosito nos había dado? Durante muchos años las comí agradecido y aún en Colombia son el alivio a los golpes de ese señor llamado hambre. Aquí la comida no es tan diferente, pero este diciembre harán falta las hallacas, el pan de jamón, el pernil, el pollo relleno, el quesillo, el majarete, el dulce de lechosa (papaya), el arroz con leche y la torta negra, uff, llevo cinco años sin probar una, desde que llegué acá nunca he vuelta a sentir esos olores a navidad, los sabores y los maravillosos encendidos de luces que en Venezuela comienzan desde mediados de Noviembre.
Hace unas noches atrás salí a buscar unas tablas que me prometieron, por la calle ví a muchas personas que pedían sus deseos a la luz de sus velitas, yo los miraba pensando en lo que piden, tal vez no sea tan distinto a lo que yo deseo, que mañana no vaya a amanecer enfermo, porque afortunadamente mi madre parió un hombre sano, ya tengo 58 años y sigo joven, todos los días salgo a las 5 de la mañana para reciclar mis cartones y envases de plásticos, los de refrescos son los mejor pagados, en este negocio hay días buenos y días malos, pero no nos falta el pan para comer, a veces lo que trabajo no alcanza y me toca salir de nuevo en las tardes a limpiar algún patio, o hacer cualquier tarea que me pidan hacer para ganarme lo de la comida de ese día.
Cuando regreso a almorzar me preparo mi comida porque hace una semana mi mujer se fue con mis hijos para la casa en Venezuela, allá ella consiguió un trabajo de limpieza dónde le pagan en dólares y dice que le va bien, yo no me confío todavía porque venirse para acá nos costó mucho, al comienzo vivimos arrimados y recibiendo desprecios hasta que nos prestaron este terreno y aquí levantamos un rancho de bolsas y tablas, pero es nuestro hogar, algunas personas nos regalaron el juego de cuarto, la verdad verdad, conseguimos el esqueleto de la cama con una señora que la iba a tirar a la basura, después fuimos consiguiendo las tablas, el colchón y las gavetas, ninguna se parece pero sirven para la ropa que es lo importante. Para volver a San Francisco nos tocó vender algunas cosas, escaparate, mesas, juego de comedor y gaveteras.
Yo les dije que me regresaba cuando completara mis pasajes, que se fueran ellos primero, el dinero que quedó de lo que vendimos lo envié para que compraran comida, allá deben estar mejor porque la casa es de bloques y de techo de zinc; no les dije que tengo miedo, uno ya no puede estar hablando de miedo. A veces pienso "¿Y si la cosa se daña otra vez?" dicen que Venezuela está mejor, que el dólar se mueve y que los sueldos son en dólares, que ya se consigue de todo pero “coñooo”, y si se nos voltea la arepa y terminamos peor, porque aquí esto no es nuestro, estos terrenos son prestados y si nos vamos lo perdemos. Cuando me desperté la primera noche y me di cuenta que estaba solo en mi cama y que a mi lado no estaban ni mi mujer, ni mis hijos sentí que se me escapó el alma, nosotros hemos pasado todo juntos, ahora ellos están por allá y yo por aquí sin terminar de soltar el miedo, esa vaina es puro miedo, ¿Quién quita y vuelvan a desmigajar la plata? Eso ya lo pasamos y sufrimos bastante, al principio pensamos que eso era un rato mientras las cosas se componían pero los años pasaron y nunca se compusieron, hasta ahora que dicen que todo está volviendo a como era antes. Yo no me confío todavía.
Si me decido a regresar este año volveré a probar esa comida de fin de año y voy a ver de nuevo a mi familia, los extraño todos los días, por dios que sí los extraño; yo quiero lo mejor para ellos, ellos son mi vida, ahora hay rones nuevos, a mí me están esperando con una bolsa de ron el dragón, dicen que es buena, allá la voy a probar. Ya estoy hablando como si de verdad me fuera a ir, a los de allá les he preguntado si hay trabajo para los recicladores y nadie me dice nada seguro, yo veo que por aquí lo único que llega de Venezuela es chatarra pero eso lo trabaja es otra gente, los piratas del lago y las mafias de Maracaibo, yo no podría robarme ni una tapa de alcantarilla, yo sé es trabajar honestamente, ese reciclaje de allá no me tiene tranquilo. Aquí puedo seguir trabajando pero allá en San Francisco tengo a la familia.
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