Foto Jeiner Camargo |
Esta mañana llegó mi vecino Jesús y le preparé café, más tarde vino Yulexi y también le serví un pocillo de esa bebida, después pasó a saludar otra vecina y volví a calentar ese poquito de felicidad para compartir, creo que esa es la palabra más acertada para hablar de está bebida (compartir) que no es únicamente un producto para el consumo del cuerpo sino para alimentar el alma. Bajo una enramada de láminas de zinc y con muchas plantas alrededor recibo a mis visitas, algunas personas lo hacen en la sala de su casa, otras en el frente o la terraza, pero todos brindamos café, esa es la muestra de una bienvenida, puede que no tengan postre para brindar o comida para almorzar pero el café siempre estará en una casa acogedora. Los pocillos son de plástico, en mi platera hay pocillos de todas las casas de mis vecinos, al amanecer cuando saludo con un “buenos días” me pasan una taza de café de dónde Fátima, Minaxa, Luis, Araizú, Mirian o Teresa, por las tardes sucede lo mismo, cuando preparo el que más me gusta le voy pasando a ellos en sus pocillos la reciprocidad líquida con aroma a familia.
Muy temprano cuando necesito trabajar y aliviar la congestión en mis pensamientos me preparo café como lo hacía mi abuela, ella por las mañana nos despertaba con su banda de trastes en la cocina, el que ella hacía en leña era el mejor del mundo, recuerdo que tenía dos ollitas tan arrugadas cómo su rostro, en una hervía el agua, el azúcar y el café, en la otra colocaba el colador, allí pasaba de una olla a otra el contenido convertido en esa bebida mágica que unía a toda la familia. Antes los wayuu teníamos en todas las casas la costumbre de saludar por las mañanas diciendo “kasa pü’lapüinka - ¿Qué soñaste?” los sueños se contaban mientras el aroma de esta bebida te despertaba y se lograba entender los códigos del mundo espiritual, ya sólo decimos buenos días, y de los sueños poco se habla, pero quienes aún creemos en ellos seguimos tomando café, su sabor y su aroma le van diciendo a la mente que en este nuevo día tenemos la compañía de la abuela, la mamá o el mayor que nos inculcó ese ritual para entender los sueños.
Foto Oumala Epieyu |
Mientras compartía con mis vecinos, hablábamos de la posibilidad de quedarnos en estas tierras tan nuestras y tan ajenas, nuestras porque nos hemos acostumbrando a estar acá, a los vecinos, a la nueva familia que hemos adoptado, está tierra que nos ha dado trabajo para sobrevivir y ayudar económicamente a nuestras familias en Venezuela. Pero tan ajena porque los títulos de propiedad dicen que estos asentamientos migrantes son tierras privadas y del municipio, desde el primer momento nos dijeron que debíamos salir, sin tener a dónde mudarnos nos quedamos entre amenazas de desalojo y viviendo un día a la vez, con la incertidumbre de “ha dónde nos vamos a ir cuando nos saquen de estos pedazos de terrenos que ahora llamamos hogar”. Algunas personas dicen que seremos reubicados en otro lugar, otras personas nos dicen que debemos volver a Venezuela y otros nos dicen que esperemos a ver qué sucede con el cambio de gobierno, que tal vez compren las tierras y nos quedemos acá. Mientras esperamos seguimos trabajando, socializando, tomando café y compartiendo nuestros sueños de una mejor vida.
Recuerdo que hace dos años, para estas fechas mi amigo Luis me regaló un sobre con el sello: Café Colonial, un producto cosechado en la serranía del Perijá, completamente orgánico, hecho artesanalmente por campesinos nativos, un emprendimiento familiar; lo fui tomando poco a poco, en momentos muy especiales, cuando tenía visitas muy especiales, no le echaba mucho azúcar para conservar su sabor original, era muy agradable, cuando se me acabó coloqué aquel sobre como un cuadro en la pared de mi cuarto, allí estaba la memoria de un regalo maravilloso de alguien que sabía cómo alegrar mi corazón.
Son muy pocas las personas que conozco que no tomen está bebida, algunos no lo hacen por temas de salud, uno entiende pero igual es muy triste pensar en una vida sin compartir café, ¿cómo podría uno estar tranquilo en una conversación si no tienes un pocillito de café para brindarle a la visita? ahora que uno ya vive sólo entiende porque la abuela tenía su reserva para la visita guardado lejos de cualquier amenaza, en un tarro metido entre la ropa o resguardado en el baúl, pero siempre tenía un poquito guardado para cuando el de la casa se acaba y llega una visita inesperada, era esa tal vez la muestra de precaución más tangible de mi niñez.
Lamentablemente la historia del café que tomamos, tanto colombianos y venezolanos, esa bebida que compartimos con agrado porque es el aroma a hogar, no siempre trae bonitos recuerdos, algunos amigos que viven en la comunidad fueron engañados por personas que los convidaron a cultivar café, unos en la Sierra Nevada de Santa Marta y otros que estuvieron durante 6 meses en el noroccidente del Tolima, que cuando fueron a cobrar por su trabajo recibieron la orden de abandonar las fincas, porque el único pago que recibirían estaba en continuar con vida, quienes se quedaran en esas fincas o llamarán a la policía serían declarados objetivos militares de las disidencias de las FARC. Sentados en la enramada de mi tía escuchamos sus historias esa noche que llegaron y sin poder hacer nada sólo compartimos la bebida tradicional para amenizar ese momento tan triste.
Esta mañana cuando contaba esta historia del cultivo de café concluimos junto a mis vecinos que salir de acá siempre será un riesgo porque a pesar de todas las carencias en Maicao ya aquí sabemos sobrevivir, aventurarse a ir a otras tierras es un riesgo muy alto. Nos tomamos el último sorbo de café y sonreímos como si de esa manera la vida pudiera ser más llevadera. Mis amigos engañados para recolectar café en el Tolima no saben a dónde se vendía ese producto ni qué empresa lo procesaba, tal vez estamos tomando de los granos que sus manos cosecharon, o tal vez este sea el de un campesino honesto, pero definitivamente cada vez que digan café, los muchachos de Paraguaipoa tendrán en su memoria las montañas que subieron y bajaron cargados de aquellos granos.
Nosotros seguimos entre incertidumbres por nuestra permanencia en estos asentamientos, tomando café para entender los sueños y los caminos que nos esperan.
El elixir de la vida, la felicidad en pocillo, el amargo placer... Hay pocas comparadas con el poder que tiene compartir una taza de café. 😌
ResponderEliminarExcelente nota, realmente mucho hermanos pasan por incertidumbre por el trabajo y lugar de acogida, nadie se escapa de posible factores de riesgos que podría afectar psicológicamente o físicamente. Buena forma de poder contar y escuchar pequeñas historias que marcan las vidas de muchos. Nuestra solidaridad con los hermanos migrantes.
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