Kama’sü a’tapajüin Carmela ji'ree anaa
Por, Olimpia Palmar Iipuana
Junto con los primeros rayos del sol, Carmela Ipuana de 70 años baja sus
pies del colorido chinchorro que la abrigó toda la noche con un fuerte dolor de
cabeza y pecho, ella es hipertensa y la crisis venezolana le obligó no sólo a
retornar a su territorio sino también, a suspender su control médico que
mantenía del lado venezolano.
El dolor se fue haciendo más intenso como los rayos del sol de ese 7 de
noviembre de 2021, Carmela sentía perder la conciencia y el único medio en el
que se puede transportar hasta un centro médico es una moto, así que con 2 de
sus hijos recorrió las 2 horas que separan a la comunidad Paluosalu en el corregimiento
Jonjoncito de la cabecera municipal de Uribía.
El reloj marcaba a las 8 de la mañana cuando una enfermera le tomó los signos
vitales a Carmela en el centro clínico Materno Talapuin en Uribia, le pidieron
que esperara para ser atendida por el médico. Sentada en la silla Carmela
piensa en su dignidad y en su humanidad. En la sala de hospitalización no hay
aire acondicionado, por algunos minutos pierde la conciencia, se siente desesperada,
está en medio de varias mujeres parturientas y de niños enfermos que lloran,
cada pisada, cada apertura de la puerta, cada voz representaba para ella una
tortura, así llego a las 10 de la mañana cuando el médico la examinó y pidió
para ella una camilla.
Carmela no escuchó el diagnóstico del médico, su hija que la acompaña llama
a sus hermanos para informarles que Carmela había tenido un paro cardiaco leve
y que debe ser remitida a un cardiólogo y a una Unidad de Cuidados Intensivos
que en el municipio de Uribía no existe,
en la llamada pidió sabanas, una toalla y que le trajeran algo de ropita porque
le informaron que la remisión se haría a la una de la tarde, porque en Uribía
tampoco hay ambulancia y había que esperar que la prestadora de salud de
Carmela enviara una ambulancia de Riohacha o Maicao.
Desde Palousalu llegó la toalla y las sábanas a la una y media de la tarde,
Carmela es primera vez que accede al sistema subsidiado de Salud indígena en Colombia,
porque visitaba a un médico particular en Maracaibo estado Zulia, en un momento
de lucidez le pide a su hija que la retire del centro clínico. Su hija le
consuela con la noticia que les dieron a las tres de la tarde, la ambulancia ya
había pasado cuatro vías y que en unos cuarenta minutos la recogerían. Pero el
sol se apagó y la ambulancia nada que llegaba.
La frontera nunca había incomodado a Carmela como ese día, el idioma, el
tener que estar en una camilla y no en un chinchorro, la inexistencia de una
ambulancia, la ausencia de un especialista, la falta de conocimiento sobre los
tramites representaron fronteras que le impedían un acceso digno a su derecho a
la salud.
A las ocho con veinte minutos de la noche en presencia de Pi’uushi (oscuridad) de ese domingo llegó la ambulancia para continuar el doloroso recorrido de Carmela para acceder a salud. Mientras subían a Carmela a la ambulancia se escucha el murmureo de la gente “se la llevaron rápido” “con mi sobrino estamos esperando ambulancia desde ayer”.
La espera de Carmela es la osadía que viven
cientos de pacientes wayuu de las zonas rurales y dispersas que acuden a los
centros hospitalarios, indistintamente de la cédula que les brinde ciudadanía
siempre encuentra fronteras muy marcadas para acceder a la salud.
Lo mismo pase con mi abuela. Me siento muy identificada. Gracias Olimpia por el relato que visibiliza estos padeceres de nuestra gente.
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