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3/29/2023

Peregrinaje de un wayuu hacia las tierras del norte

 


#LaGuajiraestuCasa sigue los pasos de indígenas wayuu que han migrado a los EE.UU, y esta es la historia de Yanteli, un padre de familia en su paso por la selva de Darién en búsqueda del “sueño americano”


Redacción: Leonel López


El mundo ha sido testigo en el último lustro de la mayor movilización humana vista a lo largo de la historia moderna desde la segunda guerra mundial, desde el año 2018, según indica la plataforma de del Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos (Gifmm), más de 7 millones 130 mil venezolanos emprendieron un éxodo masivo cuyos destinos han sido principalmente países como Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Brasil, Argentina, Panamá, Trinidad y Tobago, República Dominicana y México.


De igual manera, indica el Gifmm que la mayoría de los migrantes venezolanos, es decir 6 millones 36 mil se mantuvo en América Latina y el Caribe, mientras que un poco más de un millón de ciudadanos de ese país decidió continuar su recorrido hacia destinos más alejados, y aunque no lo menciona la plataforma, sin embargo, Eduardo Stein, representante en conjunto de ACNUR y la Organización Internacional para la Migraciones (OIM) indicó a principios de este año que durante el 2022 se observó un gran “flujo de venezolanos quienes se arriesgaron por pasos tan peligrosísimos como el Tapón de Darién para tratar de ir al norte, hacia los Estados Unidos”.


El impacto ocasionado por la pandemia del COVID-19 en las economías de países de América Latina, que derivó en el cierre de 2,7 millones de empresas, y la pérdida de unos 32 millones de puestos de trabajo, según un estudio publicado por la Corporación Andina de Fomento (CAF) sería el principal catalizador que impulsó esa nueva oleada migratoria de venezolanos hacia los Estados Unidos en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Según Naciones Unidas, en base a reportes del gobierno de Panamá, unas 250 mil personas cruzaron la peligrosa ruta del Darién de manera irregular durante el año 2022, de los cuales 150 mil 327 fueron identificados como venezolanos, una totalidad que bien puede compararse a los reportes del 2021 cuando la cifra era inferior y por esa selva se contabilizó el paso de 133 mil personas, sobre todo de ecuatorianos, haitianos y cubanos.


Los wayuu se van al norte


Precisamente ante esa realidad, de la falta de empleos, hambre en las comunidades y de una mejor calidad de vida, no escapa el pueblo indígena wayuu, mujeres y hombres del grupo originario procedentes de Venezuela han hecho parte de ese peregrinar que sigue avanzando más allá de Colombia, hacia países como los Estados Unidos.


Yantelis Doria, un joven wayuu perteneciente al clan ipuana, es uno de los protagonistas de esta historia, ante la difícil situación económica de Venezuela, decidió salir desde Maracaibo en diciembre del año 2020, “el gran costo de la vida me impulsó a salir, el dinero ya no me alcanzaba y no lograba cubrir gastos, además de la delincuencia desatada, fui víctima de robo de una moto con la cual trabajaba, y entonces en acuerdo con mi esposa, salí a  buscar nuevas oportunidades de vida y así llegué a la ciudad de Barranquilla”.


Logró cursar estudios en derecho en la Universidad Bolivariana de Venezuela, pero solo pudo llegar al 7 semestre, cuenta que en Barranquilla trabajó en el ramo de la construcción, y luego “mototaxiando” durante los 8 meses que estuvo en el departamento del Atlántico, “con ese trabajo logré bandearme durante ese tiempo y le enviaba dinero a mi esposa y mis dos hijas, pero igual no me alcanzaba, luego tomé la decisión de regresarme a la ciudad de Maicao, donde me reuní de nuevo con mi familia y nos fuimos a vivir a un asentamiento de migrantes venezolanos llamada Alma Venezolana”.


Recuerda Doria que su situación allí junto a su familia fue difícil pues vivieron en un rancho hecho de bolsas plásticas, “la situación económica en Maicao era difícil, como pudimos, logramos inscribir a las niñas en un colegio y empecé a ejercer un liderazgo en ese asentamiento y fue así como conocí a un migrante venezolano que me contó se iba para los Estados Unidos, una idea que comenzó a darme vueltas en la cabeza y comencé a hablarlo con mi esposa”.


El 15 de marzo de 2022, tomada la decisión de irse a Norteamérica, Yanteli sale desde Colombia a hacia los Estados Unidos por la ruta de Darién, compró un pasaje de Maicao a Montería, luego otro de Montería a Necoclí, Departamento de Antioquia, para de allí finalmente tomar una lancha que lo llevaría por vía marítima  en un recorrido de 41 millas al municipio de Capurganá, Departamento del Chocó, frontera con Panamá,  considerada la puerta de entrada del Tapón de Darién.


“Cuando decido viajar, lo hice enfrentando la peligrosa ruta de la selva del Darién, no tenía información ni conocimiento de cómo sería el paso, todavía para ese mes no había mucha información como era ese lugar, iba estricto de dinero y una joven que iba con su hija me ofreció ayudarme con los gastos si la ayudaba a cargar a su hija y bolsos, lo cual me pareció bien y acepté”.


Lluvia, montañas y serpientes


“Llegamos a Capurganá el 20 de marzo al mediodía, allí nos informaron que una caravana había salido a las 8 de la mañana, y el siguiente grupo saldría la semana siguiente, no podíamos esperar pues implicaba un gasto estar allí esperando, una muchacha nos ofreció ayudarnos a alcanzar a ese grupo si le pagábamos 150 dólares, como iba corto de dinero, la muchacha pagó ese dinero según lo acordado, salimos a las 2 de la tarde de ese día y luego de una larga caminata por montañas, alcanzamos la caravana al siguiente día a las 2 de la mañana en algún lugar de la selva donde habían acampado”.


Recuenta además que decididos a descansar, solo durmieron algunas horas pues comenzó a llover a y no estaba preparado para protegerse, solo logró cubrirse con dos bolsas de basura las cuales recordó llevaba en su morral, no pudo dormir bien e igual debía estar pendiente pues corrían peligro por la presencia de serpientes. “Ya en la mañana nos estábamos preparando para salir con ese grupo, el guía de la caravana nos llevaría al pueblo más cercano y nos recomendó usar otra ruta pues por la vía tradicional estaban matando, atracando y violando a las mujeres, y entre nosotros iba un número significativo de mujeres y niñas, el otro camino era más largo, implicaba bordear una montaña”.


Hambre, deslaves y abandonados a su suerte


“Empezamos a caminar ese día desde las 7 de la mañana y bordeando esa montaña, nos adentramos en la selva, el guía siguió con nosotros en los siguientes 5 días, íbamos bien de comida pero después del quinto día comenzó a escasear el alimento, los grupos estaban agotados y hostigados sin provisión, y fue a partir de ese momento que el guía nos sale con que ya no puede seguir con nosotros porque a él también se le había terminado la comida, pero igual el primer campamento de la onu donde nos iban a recibir estaba cerca”.


Según relata el wayuu, eran varios grupos en esa caravana y el suyo estaba constituido por 25 personas, 4 hombres y las demás eras mujeres y niñas, en ese punto de la selva, el guía les entrega la bitácora, debían seguir por un camino río abajo, y al cabo de un día o dos encontrarían un campamento humanitario de las Naciones Unidas. “Al día siguiente en la mañana habíamos acampado en la orilla de un río, yo me había despertado temprano, casi no dormía, recuerdo que estaba lloviendo en montaña arriba, de pronto me di cuenta que el agua comenzó a cambiar de color, se tornó turbia, comencé a despertar a los grupos rápido y alertarlos de un posible deslave, y precisamente se empezó a desbordar el río, traía palos, árboles piedra de todo, como pude agarré a la niña y tomé a la muchacha por el brazo, y comenzamos a correr hacia lo alto de la montaña, el agua se llevó todas nuestras pertenencias y quedamos atrapados en un punto donde no podíamos avanzar ni retroceder, quedamos en una suerte de embudo por donde el agua corría, permanecimos allí por espacio de 2 días sin poder movernos y sólo se nos ocurrió orar”.


Cuando bajaron las aguas, el grupo inició nuevamente el recorrido, ellos pensaban que el campamento estaba cerca, les tocó atravesar un río con unas cuerdas que consiguieron por el camino, atados con ellas cruzaron las fuertes corrientes de un caudal a mujeres y niños, era el séptimo día en la selva, ya habían transcurrido dos que no ingerían alimentos, “cuando logramos cruzar, seguimos avanzando, siempre cerca del río, pasa el día octavo, el noveno, el día décimo y nada que llegábamos, nos dimos cuenta que aún estábamos lejos del campamento, estábamos muy deshidratados, usábamos un suero que nos colocábamos debajo de la lengua, no habíamos comido nada y los niños lloraban de hambre, de pronto nos conseguimos una mata de guineo, y encontramos un racimo, lo cocinamos con una olla que nos conseguimos, comimos y eso nos rehabilitó las fuerzas”.


12 días en la selva y la luz al final del camino



Luego del día décimo, recuerda que ya el grupo estaba tenso y muy debilitado, con calambres, pero igual siguieron su recorrido hasta que llegaron a un platanal, allí deciden acampar, “arrancamos plátano, cocinamos y comimos, al día siguiente en la mañana escuchamos el sonido de un motor de lancha, nos acercamos y eran embarcaciones que llevaban cargamentos de plátano, le preguntamos por el campamento de la onu y nos dijeron que estábamos a un día de camino de un pueblo y nos indicaron la ruta a seguir, y pues más esperanzados y con más optimismo, iniciamos de nuevo el recorrido”.


Sin embargo, no fue sino hasta el día siguiente a las 11 de la mañana, luego de atravesar por lugares pantanosos, saltar enormes piedras, y sortear toda clase de peligro, dormir una noche más en medio de la oscuridad selvática que llegaron a una aldea llamada “Bajo Chiquito”. “Fue entonces que el día 12 llegamos allí, con los pies reventados, las mujeres irritadas entre las piernas, yo tenía los pies hinchados, ya en el pueblo nos recibieron, la policía nos reseñó, y nos llevaron a una cancha donde podíamos descansar, compramos comida y pudimos comer, y luego al siguiente día, pagando la suma de 25 dólares, nos llevaron en unas pequeñas piraguas al campamento de la Onu que estaba a 4 horas de allí”.


Rumores de México, represiones  y más cerca del destino


Ya en el campamento de la ONU, refiere que fueron recopilados sus datos, se les brindó atención médica, alimentación, y permanecieron varios días allí hasta que se les informó de unos autobuses habilitados que los llevarían a la frontera con Costa Rica. “A partir de allí, y luego de recorrer países como Costa Rica, Guatemala, Nicaragua, Honduras, de cola en cola o en autobuses, finalmente llegamos a México, a un pueblo llamado Tapachula, ya habíamos escuchado rumores sobre México, que allí secuestraban, robaban, asesinaban, que los policías matraquean o alguien nos podía entregar a los carteles, es decir, toda una guerra informativa que nos llenaron la cabeza de cosas, entonces íbamos traumatizados, con miedo, pero ya en México y luego de participar en una marcha por el derecho de los migrantes de cruzar ese país hacia los Estados Unidos, y que al final fue reprimida por le gobierno mexicano, tras la medición de organizaciones humanitarias, al fin nos otorgaron un permiso para llevarnos de allí hasta Veracruz en unos autobuses rentados por migración de México”.


Tras el sueño americano



Tras un recorrido en autobús en un lapso de tres días por Veracruz, luego escala en Ciudad de México, ciudad de Torreón, ciudad de Acuña, hasta que recogiendo entre todo el grupo, contrataron los servicios de un coyote que los cruzaría hacia los Estados Unidos, “entramos atravesando un río en un colchón inflable, las mujeres y niños iban encima y los hombres nadando, agarrados del colchón, y ya emocionados todos, muy alegres todos, dando gracias a Dios, pisamos suelo norteamericano el 10 de abril, después de salir el 10 de marzo de Maicao, y luego el 15 de Capurganá”.


Ya en Estados Unidos, y luego de reportarse ante las autoridades migratorias de ese país, informó que su destino sería Orlando, estado de Florida, en su teléfono fue instalado un sistema gps, parte del protocolo migratorio, para rastrear sus movimientos. “No sé por qué pero desde niño siempre quise conocer Disney World y fue por eso que decidí venirme a Orlando, ya aquí encontré un empleo y comencé a trabajar, sentí la satisfacción de haber llegado a la meta, y a lo que vine que es ayudar a mi familia, a mi esposa y a mis hijas, aquí nunca me he sentido discriminado ni objeto de xenofobia, al contrario, siento que EE.UU es un país muy variado en su cultura

5 comentarios:

  1. Se queda uno pensando ... Vale la pena la travesía?

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  2. Si lo vale, aqui estoy gracias a Dios con mi trabajo unos meses ya mi familia está conmigo también

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  3. Quisiera irme soy venezolana, pero me da miedo cruzar el dairen ya mi esposo está allá ..

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    Respuestas
    1. si quieres nos vamos yo voy en noviembre soy venezolano estoy aq en maicao soy paisano

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  4. Taner q Dios.me lo bendiga mano

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