Fotografía de Ángel González
Ramona tiene las
tetas secas y ni gota de leche produce para alimentar a su bebé de pocos meses,
no tiene nada que ofrecerle porque al igual que su hija también padece hambre. No está lo suficientemente tranquila
como para reflexionar acerca del por qué ella, su hija y su comunidad en
general están abocadas a tan precaria situación, inmersos en un territorio
bendecido con riquezas naturales de todo tipo. Carbón, gas, petróleo y viento raudo
que no cesa de soplar capaz de mover molinos inmensos que producen energía,
tanto en tan poco terreno. Por lo visto la riqueza del territorio Wayuu es la
maldición de su cultura y pervivencia.
La mujer
indígena de rostro surcado por profundas cicatrices no conoce el significado de
la palabra corrupción porque en su lengua indígena no existe (tampoco existían
los corruptos, al menos hasta que el alijuna con su corazón infecto de ambición
arribó a las comunidades contaminando a muchos líderes que se han prestado a
ese juego), desconoce así mismo los escándalos de malversación de fondos que ha
llevado a la cárcel y a la picota a los últimos cinco gobernadores de su
departamento. Ramona no sabe que en el segundo semestre del año pasado el
detrimento patrimonial en su departamento ascendió a 19.868 millones de pesos… con
tan solo algunos pocos habría solucionado la hambruna en su ranchería. Ignora
de igual manera que según el Gobierno Nacional se han invertido más de cinco
mil millones para solucionar la hambruna de más de mil doscientos niños
diagnosticados con desnutrición severa y crónica.
Ella no tiene ni
la más mínima idea que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos instó al
gobierno colombiano a adoptar medidas urgentes para atender la desnutrición de
los niños Wayuu y especialmente en los municipios de Uribia, Manaure, Riohacha
y Maicao. En vista que no maneja las redes sociales (tan solo manipula y con
destreza envidiable las agujas e hilos con los que teje mochilas) no supo que
la Corte Constitucional conminó al gobierno a "diseñar,
coordinar y ejecutar un plan eficiente y eficaz que dé solución integral y
definitiva a las dificultades de desnutrición, salud y falta de acceso al agua
potable y salubre de los niños y niñas Wayuu"
Ahora, tal vez
es mejor que no se dé por enterada de ninguna de esas ordenanzas y dictámenes
porque, de haberlo sabido, a la hambruna e inanición de su hija le habría
sumado la frustración al ver que la orden dada al ministerio del Medio Ambiente
de "prevenir el riesgo ecológico de la desaparición de las fuentes
hídricas de esa región para proveer el acceso al agua potable" se quedó en
papeles al igual que la misión encomendada al Ministerio de Agricultura de
desarrollar planes agropecuarios con los cuales se mejore y facilite el acceso
de alimentos al pueblo indígena de La Guajira. Y ni qué decir del desoído mandato
a la presidencia expedido por el mismo tribunal respecto a entregar mes a mes y
a un tribunal local un reporte referido a las acciones desplegadas.
Ramona no sabe
nada de eso y tal vez es mejor que lo desconozca. Tan solo sabe que la
solidaridad entre el Wayuu está vigente y por eso acudió de urgencia a los
suyos, a sus parientes y consanguíneos que sin cortapisas, ni papeles, ni nada
a cambio le darían su brazo. Y entonces fue pronto a la ranchería de la señora
Elba, no quería que su hija muriera de hambre ni que se sumara a la lista de
cincuenta y seis niños (la cifra varía según la conveniencia de la fuente que
la cite) fallecidos por desnutrición en lo corrido de 2016, cifra que supera en
19 casos a los registrados el año 2015.
Ramona no es
suspicaz porque su malicia indígena fue consumida por su cuerpo hambriento,
siendo así y entonces no tuvo la picardía suficiente para discernir y
reflexionar acerca del ¿por qué hasta ahora el gobierno se preocupa por la
situación del Wayuu cuando de tiempo atrás se venía presentando?... algunos
hilan fino y dicen que obedece ello a que las multinacionales allí presentes (como
El Cerrejón con gran incidencia en los gobiernos regionales) se pueden
beneficiar al encarnar buena parte de la solución con la Responsabilidad Social
que las asiste.
Caminó con la
pequeña a cuestas que no paraba el berrinche, tan famélica estaba que su llanto
no precipitaba lágrima alguna, si no tendría ayuda oficial al menos tendría un
nombre que pondría en su lápida en caso de morir y por eso la llamó Carolina. Pronto
llegó a la casa de su pariente en donde fue escuchada, alimentada y
comprendida, así, sin papeleos, sin galimatías ni enredos fue recibida. Hoy han
pasado tres años desde aquel entonces, la niña le fue arrebatada de las manos
de la muerte, del desprecio oficial, de la corrupción regional, de los
atropellos de las empresas que espantaron los peces, alejaron los animales,
contaminaron las pocas fuentes de agua y acorralaron al indígena en la miseria.
Ahora la niña come sin parar como queriendo olvidar por siempre aquellos días
duros de insomnio y dolor.
Ramona no sabe
quién es Cristina Plazas Michelsen (directora del ICBF), desconoce quién es
Luis Gilberto Murillo (minambiente) y Aurelio Iragorri (minagricultura), tan
solo sabe que fue abandonada y despreciada por el estado colombiano y por las
instituciones responsables de hacer algo frente a su difícil situación, sabe ahora
que lo único que tiene el Wayuu es a su familia, la solidaridad entre hermanos
y el apego a la cultura.
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