Foto: PxFuel |
Pese a todos los obstáculos, los educadores han buscado maneras y alternativas para mantener a sus alumnos motivados. Esta es la situación
Por: Veeduría Ciudadana a la Sentencia T-302 de 2017 | mayo 21, 2020
Dentro de las comunidades wayúu, la etnoeducación en época de pandemia se ha tornado, como casi en todo el país, en un reto que pone a prueba las convicciones y el ingenio de los profesores, alumnos y padres de familia para cumplir con el programa escolar desde el confinamiento luego de dos meses de encierro. En La Guajira, el proceso ha sido difícil por el precario sistema de comunicación, la distancia en el área rural, la dispersión de los asentamientos humanos, el nivel de las privaciones sociales y la lucha constante de supervivencia de niños sin alimentos en sus hogares.
Tratar de seguir con las clases de manera virtual es de suma dificultad ya que la población rural dispersa supera el 60%. La mayoría de esa población es indígena con muy bajo acceso a internet, sin computadores, y en muchos casos sin teléfonos en sus rancherías, lo que hace aún más limitado el cumplimiento del calendario escolar.
Sin embargo, los maestros han implementado todo tipo de recursos para lograr incentivar a la población indígena escolarizada a continuar el proceso pedagógico desde su ranchería. "El reto más grande que tenemos es seguir con el reforzamiento del trabajo de escritura, lectura y comprensión de textos en la población infantil, acompañándolos desde la distancia", comenta Rosmery Camargo directora del Centro Etnoeducativo # 13 del Distrito de Riohacha.
Ante la imposibilidad de acceder al territorio de manera presencial, ella y los 31 maestros del Centro han construido planes para brindar acompañamiento a los 911 alumnos. "Ha sido difícil porque nos ha tocado llamarlos uno a uno o tratar de comunicarnos con algún vecino que tenga celular y que les avise a los niños, para lograr monitorear los avances de las guías que estamos trabajando en esta cuarentena", pero las comunicaciones en esta zona desértica son bastante precarias, por lo que han tenido que recurrir a otros métodos. "En algunos casos tenemos la fortuna de tener un par de maestros que viven dentro de las rancherías y son ellos los que monitorean los avances sin poner en riesgo a la población".
Si antes de la pandemia era todo un desafío que un docente se encargara de 25 niños al mismo tiempo, en diferentes grados de escolaridad (prescolar - primaria - bachillerato), ahora les toca monitorear entre 50 a 60 niños en diferentes grados. "No estábamos preparados y tenemos falencias y falta de personal para el cubrimiento total, pero hacemos nuestro mejor esfuerzo para continuar y superar los obstáculos que nos presenta la región", afirma Jaime Camargo, director del centro etnoeducativo # 8 ubicado en el km 23 vía Valledupar. "En nuestra institución tenemos inscritos alrededor de 700 alumnos y 32 maestros que manejan multigrados para cumplir con la escolaridad en todos los niveles y en época de pandemia, se evidenció que las instituciones deben fortalecer las herramientas tecnológicas y de comunicación para brindar ayuda y soporte tanto a los maestros como a los alumnos".
Hasta el momento ellos solo cuentan con una guía de trabajo escolar que fue suministrada por la Secretaría de Educación para darle seguimiento al avance escolar en los diferentes niveles. El problema radica precisamente en su evaluación y control, pues si antes del confinamiento a los profesores les tocaba recorrer una hora hasta las rancherías para cumplir con sus labores y en algunos casos más de 2 horas, hoy sin comunicaciones adecuadas y transporte el panorama es más complicado.
"Intentamos involucrar a los padres de familia o a las autoridades y líderes presentes en la región para que se nos ayuden en el proceso educativo, pero es complicado porque el 70 % de los mayores no hablan español y lo único que pueden hacer es acompañar el proceso y alentar a los niños para que desarrollen las guías, pero no tienen como corregir o complementarlas", expone Ana María Zambrano, docente de la institución etnoeducativa Anoui, donde hay inscritos cerca de 1000 estudiantes.
Día a día la etnoeducación ha tomado otro rumbo y ha duplicado la cantidad de trabajo de los educadores de La Guajira, no sólo en la ruralidad, sino en los centros urbanos que carecen de conectividad. "Nos enfrentamos a redes con baja capacidad que no nos permiten conectarnos para el desarrollo eficiente de guías, trabajos e informes y lo que es más difícil, no tenemos computadores o muchas veces no se conoce su funcionamiento en las diferentes plataformas, lo que nos obliga a invertir muchas más horas de trabajo", complementa la docente Ana María.
Pese a todos los obstáculos, los educadores han buscado maneras y alternativas para mantener a sus alumnos motivados. “Muchas veces la lúdica se ha convertido en la mejor manera de educar", afirma Rosmery Camargo, quien antes de la pandemia, había iniciado un programa de ajedrez con sus alumnos llevándoles algunos tableros para enseñarles la historia del juego.
Además, resalta que "a través del ajedrez pude explicarles, de manera didáctica, el nacimiento de este deporte y en qué lugar del mundo se había desarrollado, luego fue natural para ellos que comenzaran a jugarlo". Lo más sorprendente es que no solo desarrollaron el gusto por el juego, sino que aprendieron a tallar las figuras y a bordar los tableros para masificar su práctica. "Un día se les perdió una de las fichas y un alumno decidió pedirle a su abuelo que le ayudara a tallarla en madera, nos sorprendió mucho que llegara semanas más tarde con el caballo tallado y eso motivo a los alumnos a tallar todas las fichas del ajedrez". A partir de entonces los niños decidieron crear las fichas y las niñas se entusiasmaron en bordar los tableros. "En este tiempo de confinamiento siguen en la fabricación de piezas de ajedrez y de tableros, ojalá cuando se levante el confinamiento podamos ofrecerlos como parte de las artesanías propias de la región", dice la docente.
Hoy los niños wayúu siguen a la espera de que se reanuden las clases de manera presencial. "No hay día que no recibamos la llamada de un alumno preguntando: seño, cuando nos volveremos a ver, esto es algo que me motiva y me entusiasma porque me dice que los niños siguen con ganas de aprender y para mi la educación es la única opción de cambiar la realidad del pueblo wayúu". Así mismo, asegura Camargo, quien sigue en su labor diaria de motivar no solo a sus alumnos sino a todos los docentes del país para que no desistan en la lucha por brindar conocimiento y con ello generar herramientas para la vida que se avecina: "En las manos de nosotros los educadores está forjar el futuro, compartir el presente y preservar el pasado".
Ella y sus alumnos aprovechan también este encierro para regresar a sus raíces y oír las historias que cuentan sus abuelos o mayores y tratar de preservar de manera escrita y oral toda la tradición del pueblo wayúu. "Motivo a mis alumnos a que escriban o pinten esas historias que oyen en sus rancherías, historias de dolor, de felicidad, de destierro, de nacimiento, para que no sean olvidadas con el paso del tiempo, esa también es una manera de educar".
Aún la fecha de retorno de los alumnos de manera presencial a las aulas de clase es incierta, pero mientras esto ocurre Rosmery, Ana María, Jairo y el resto de etnoeducadores siguen en su labor de empoderar a su comunidad para que el futuro cambie y sean los wayúu generadores de ese cambio tan importante que necesita la región.
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