Por:
Wayunkerra Epinayu (Karmen Ramírez Boscán)*
Eunice Santawan Lepariyo en el Programa para Pueblos Indígenas de UNITAR Ginebra Suiza - Junio de 2011 |
Cuando se habla de los pueblos
indígenas de África, se desconoce que hay un número casi incalculable de grupos
étnicos y minorías. En Kenya hay diecisiete diferentes pueblos indígenas,
aunque precisamente, la etiqueta de “pueblos indígenas”, genere muchas
contradicciones entre las comunidades de los países africanos. De hecho no existe una definición
particular que agrupe el término como tal desde ésta parte del mundo y la misma
población ancestral, protesta con firmeza para que no se les encasille en las
marcas impuestas por el Estado, quien tiene la única intención de limitar,
controlar y feriar al mejor postor sus territorios, impidiendo así,
estratégicamente, el ejercicio de la libre determinación, a la que debieran
tener derecho estas culturas milenarias.
La mayoría son cazadores, recolectores, así como también pastores
nómadas, que viven en territorios de bosques y selvas como es el caso de los
Ogiek, mientras otros habitan los
característicos desiertos que se pueden observar en las imágenes de los famosos
safaris africanos, en donde caminan “libremente” los Massai, los Kikuyu ó los
Ilchamus, entre muchos otros. Cuando hablamos, entonces, de “pueblos indígenas” de África,
hablamos de pueblos milenarios, con órdenes sociales, culturales y políticos de
naturaleza colectiva.
Eunice Santawan Lepariyo, es una
mujer de sangre Ilchamus, un pueblo indígena localizado en un lugar llamado “The Rift Valley”, en el Distrito
Marigat del norte de Kenia. La población de los Ilchamus, está
contemplada en 40.000 personas que se dedican tradicionalmente al pastoreo y en
mucho menor escala a la agricultura y a la pesca que desarrollan en el Lago
Baringo. Sus mayores riquezas,
están representadas en vacas, ovejas y chivos, aunque, siendo éste el único
recurso para obtener dinero en un territorio bastante árido, en donde el agua
escasea y las condiciones climáticas son absolutamente agrestes, no es fácil
mantener vivos a los animales. El
territorio, de la misma manera es sinónimo de fortuna, aunque representa
también una necesidad permanente de conflicto con otros pueblos o tribus, como
los Pokot, quienes promueven sangrientas guerras a fin de adueñarse del
territorio de los Ilchamus.
Eunice, con su voz pausada, entre
pequeños sorbos de agua que va tomando durante la hora del almuerzo, la cual hemos
dispuesto para realizar la entrevista, me cuenta que algunas iniciativas
provenientes del gobierno, les han permitido crear una especie de “agro-granjas”,
las cuales, a través de procesos muy simples de irrigación, les dan la
posibilidad de sembrar al menos, maíz, para mantener algo de alimento de manera
permanente en las comunidades. Sin
embargo, aunque Eunice sabe bien como criar un animal, a pesar de ser tarea de
los hombres, y aunque sabe como decorar calabazas, entre otras de las
artesanías, además de llevar una casa como corresponde a una mujer Ilchamus,
ella ha preferido combinar todo lo anterior con otros menesteres, lo cual por supuesto, en una cultura
androcéntrica y patriarcal, no ha sido nada fácil para una mujer como ella.
La organización para la que
Eunice trabaja, Ilchamus Development and Human Rights Organization
(Organización para el Desarrollo y los Derechos Humanos Ilchamus), procura en la medida de sus capacidades,
promover la defensa de los derechos humanos en Marigat District. Ella en particular, trabaja para crear espacios
que permitan a las mujeres indígenas conocer sobre liderazgo y sobre sus derechos. –La educación es uno de los problemas más
comunes que enfrentamos las mujeres Ilchamus en el territorio- Dice
Eunice. Por eso, ella dedica la
mayor parte de su tiempo a promover talleres sobre derechos de los pueblos
indígenas, lo que ha generado una gran aceptación y simpatía por parte de la
población, por supuesto especialmente de las mujeres Ilchamus, quienes poco a
poco se han sentido más involucradas en los procesos de fortalecimiento de sus
iniciativas. Sin embargo, la participación política de las mujeres, es casi una
afrenta a los hombres, de manera que son muy pocas las que han decidido dar el
paso de mujeres de comunidad a mujeres lideresas.
Desde el 2004, las comunidades
Ilchamus, se han venido organizando en una especie de comités cuyo objetivo
principal era el de llegar al Parlamento, por lo cual presentaron sus demandas ante el Tribunal
Constitucional, instancia que emitió su decisión a favor de los Ilchamus manifestando que, al ser considerados
como un grupo de interés especial, tenían derecho a una silla en el Parlamento
de Kenia, sin embargo, la Comisión
Electoral de Kenia (ECK) se opuso de manera rotunda a dar cumplimiento al fallo
de éste Tribunal.
Paralelamente al proceso, de demandar
participación política que iniciaban los hombres para lograr el reconocimiento
ante el Estado, un importante momento para solicitar igualdad entre hombres y
mujeres Ilchamus, se desarrollaba al interior de las comunidades. Si bien la mujer es considerada fundamentalmente importante para los
acuerdos e intercambios matrimoniales, que permiten hacer crecer las riquezas,
así como garantizar la reproducción y crianza de los hijos, los aportes de las
mujeres Ilchamus no son tenidos en cuenta para las discusiones y decisiones
colectivas, lo que se traduce en que en la mayoría de las veces, ellas no
pueden ni si quiera hablar delante de los hombres. Las mujeres Ilchamus, reclamaban
a los hombres ser entendidas como constructoras de sus propias realidades. –Ellos pensaban que las mujeres no
podíamos tomar buenas decisiones -
dice Eunice, enfatizando que de manera generalizada, el contexto
africano se basa en la dominación masculina, y ésta se hace mucho más evidente y
restrictiva en las comunidades de los pueblos indígenas.
Eunice Santawan Lepariyo Mujer indígena del pueblo Ilchamus |
Tres meses, estuvo Eunice
estudiando en Ginebra-Suiza. Aunque
lo más difícil fue estar separada de su familia, ella dedicó su tiempo a
entender todo sobre el sistema internacional de derechos humanos para pueblos
indígenas. Confirmó entonces, que sus demandas como mujer Ilchamus ante su
comunidad, tenían plena validez, y concluyó que su trabajo con las mujeres,
apenas comenzaría cuando regresara a su territorio. Luego, los días se le fueron pasando rápidamente en Suiza. A su regreso a Kenia en ese mismo año
(2009), llegó fortalecida y con un conocimiento adquirido que quería poner en
función de las mujeres Ilchamus.
Comenzaron entonces a demandar con mayor fuerza, la necesidad de ser
incluidas en los comités de participación política de las comunidades, los
cuales eran básicamente conformados por hombres. En estos escenarios, era crucial la participación de las
mujeres Ilchamus, ya que desde allí, se elige a los posibles representantes que
pueden aspirar a la silla en el Parlamento de Kenia. Fue una ardua labor, que les costó noches de argumentación
frente a los hombres, pero la persuasión pudo más que la negativa, en principio
absoluta, de los hombres que hacían parte de los comités. Siete meses después,
las Ilchamus, en cabeza de Eunice, habían convencido a los hombres de lo
importante de la participación de las mujeres en estos escenarios, aunque ésta
se hubiera visto limitada por la casi inexistencia de mujeres lideresas.
Eunice considera que una gran
limitante que tienen las Ilchamus, es la falta de oportunidades de educación para las mujeres de su
pueblo, lo cual está estrechamente vinculado a la necesidad de control que
impera sobre ellas. Pensar en que
las mujeres Ilchamus terminen la educación primaria o accedan a la educación
secundaria, ya es una gran hazaña, sin embargo, hoy han logrado, gracias a diferentes
estrategias que, nueve mujeres Ilchamus, se encuentren estudiando en la
universidad, a pesar de la reprobación de muchos miembros, e incluso mujeres,
de las comunidades. Eunice
Santawan Lepariyo, habla muy orgullosa de su trabajo, en donde tiene el goce de
conducir el programa para las mujeres.
Presentaciones y talleres
de formación e información para las mujeres Ilchamus con el objeto de darles a
conocer sus derechos, sin que esto implique la ruptura radical con su cultura o
con su pueblo, así como programas y campañas sobre los derechos que como
mujeres pertenecientes a un pueblo indígena tienen, es su mayor
compromiso. Entonces, le pregunto con
algo de precaución a Eunice, qué pasa con la Mutilación Genital Femenina (MGF),
con los derechos de las mujeres y las niñas Ilchamus en éste sentido. Guarda silencio por un momento. Tímidamente intento explicar que, en África
hablar de los derechos de las mujeres indígenas, implica hablar de la lucha
contra la MGF, práctica que por supuesto es bastante controversial, porque
precisamente representa muchas contradicciones con los conflictos existentes
entre la preservación de la cultura y la visión occidental de los derechos
humanos, y para éste caso, de las mujeres indígenas.
De acuerdo con la Encuesta
Demográfica en 2009 y la Encuesta de Salud de Kenia del mismo año, aunque ya
sabemos como funcionan las encuestas estatales, se estima que el 32% de las
mujeres en la provincia del Valle del Rift han sido sometidas al procedimiento
de la ablación. Otras informaciones sobre la realidad de las niñas y mujeres
Ilchamus, revelan que cerca del 70% de ellas, han sufrido la MGF, mientras las
estadísticas de Amnistía Internacional aseguran que cada hora, 300 niñas son mutiladas, en el mundo. Por otra parte, se han identificado algunos
tipos de procedimiento para efectuar esta macabra costumbre: La primera, en la que se lleva a cabo
la extirpación del clítoris; la
segunda, que consiste en la extirpación del clítoris y los labios menores y finalmente,
la tercera, la más impresionante y aterradora, la infibulación, también conocida
como mutilación faraónica, en donde se extraen el clítoris, los labios menores
y labios mayores para posteriormente coser los dos lados de la vulva herida,
dejando solamente un pequeño orificio para la salida de la sangre menstrual y
de la orina. El riesgo de
infecciones por las heridas ocasionadas al momento de aplicar los cortes en la
infancia, se incrementa en el matrimonio, cuando la mujer nuevamente es cortada
por el esposo para consumar el acto sexual.
-No solo los pueblos indígenas
practican esta tradición - Me dice
enérgicamente Eunice.
De hecho, más del 50% de las
mujeres africanas, han debido enfrentarse a esta tortuosa experiencia y también
mujeres en Asia e incluso, se conocen muchísimos casos de mujeres africanas que
habiendo emigrado a países de Europa y Norteamérica, siguen practicando la
ablación. En Sur América, hace cerca
de dos años salió a la luz el caso de las mujeres Embera Chamí, un pueblo
indígena en Colombia quienes llevan a cabo ésta práctica. Se conocen múltiples argumentos para
justificar la MGF, uno de los cuales, supuestamente, es el rito de iniciación
de niñas a mujeres, aunque cada vez más, niñas de tan solo cinco años de edad,
son sometidas a este martirio.
Otras razones están estrechamente relacionadas con la protección de la
virginidad para garantizar que las niñas o mujeres a las que se les practica la
MGF puedan casarse, también se
tiene la creencia de que una mujer “ablada” nunca será promiscua, y principalmente
se justifica a través de radicalismos religiosos islamistas, aunque según
algunas investigaciones, ésta práctica ni siquiera exista en el Corán, por lo
cuál carece de fundamentos en este sentido.
Los Ilchamus, practican la
mutilación del clítoris, o como se conoce médicamente, clitoridectomía. Eunice me cuenta que en el pueblo
Ilchamus, casi el 90% de las
mujeres, ha tenido que atravesar por este proceso, aunque ahora se esté intentando
reducir por medio de campañas.
Conoció mucha información de primera mano durante el Programa de la
OACNUDH como becaria, sin embargo, a su regreso, aproximarse a la comunidad
para hablar de esta problemática, no ha sido tarea fácil, sobre todo, cuando de
convencer a las mujeres se trata, ya que hay una profunda creencia de que si no
son cortadas o intervenidas, perderán la oportunidad de casarse y tener
familia. Por otra parte, ha
tratado de convencer casi personalmente a las mujeres que tienen hijas en
edades en las que se les practica la mutilación, de igual forma, se han
iniciado programas con las mujeres que practican los “cortes” para llevar a
cabo las mutilaciones, ya que éstas son consideradas casi como autoridades en
la materia por lo que gozan de mucho respeto por sus conocimientos. Las campañas también han sido dirigidas
a los hombres Ilchamus, quienes se niegan rotundamente a casarse con mujeres
que no han sido mutiladas.
Gracias a las maniobras puerta a
puerta que Eunice ha venido adelantando, así como a la intervención de otras
organizaciones de mujeres, derechos humanos, y organismos internacionales como
El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA por sus siglas en Inglés), varias
niñas Ilchamus se han rehusado a que se les aplique la “tradición”, sobre sus
cuerpos. Una de las estrategias
que Eunice ha utilizado, es la de convencer a los padres de la necesidad de que
sus hijas vayan a la escuela secundaria y luego a la universidad, para lo cual
ha logrado, al menos en su pequeña comunidad, la posibilidad de patrocinios
para que estas niñas puedan continuar con su educación.
Eunice vuelve a tomar un sorbo de
agua y comienza a recordar en voz alta cuando ella tuvo que huir de su
comunidad para no ser mutilada. Su
padre y su madre, al igual que otros miembros de la familia, comenzaron a
decidir cuando se le aplicaría la práctica a Eunice, planeaban quien lo haría,
para lo cual llamarían a una de las mujeres que es una gran autoridad en el
oficio de la ablación. Ella, llena
de pánico, decide huir cuando apenas tenía nueve años. – Fui rescatada en mi huida por la
iglesia- dice, en donde con el apoyo de una misión, pudo continuar con sus
estudios. Después de cinco años,
extrañaba a su familia, al punto que no podía dormir e incluso contrajo una
enfermedad espiritual, lo que la obligó a regresar a buscar a su padre para
pedirle perdón por haber escapado.
Ella, amaba a su padre, quien finalmente la recibió, a pesar de su negativa para someterse a
tan desmedido suplicio.
Luego, apareció su esposo, un
hombre también de su comunidad, que había tenido la oportunidad de ser el
primero en terminar sus estudios universitarios. Su pensamiento acerca de la mutilación genital femenina que
practicaban en su pueblo, era totalmente opuesto al de la tradición. Quería casarse con una mujer Ilchamus a
la que no le hubieran arrancado el clítoris, sin embargo, sabía que no le sería
tan fácil y que posiblemente tendría que esperar mucho tiempo, o quizás,
casarse con una mujer de otra comunidad, de otro pueblo, o de otra cultura.
Eunice se ríe, y mientras me dice
que para su comunidad, es inconcebible que una mujer que no ha sido
circuncidada consiga marido, lo es más aún que quede en embarazo. Sin embargo, primero Eunice anuncia en
su comunidad que se va a casar, además con un hombre Ilchamus como ella. Eunice quería que su boda fuera lo más
tradicional posible, por lo cual, muchas mujeres en la comunidad le exigían que
debía ser “ablada” para poder
proceder con su casamiento. Consideraban
que Eunice desafiaba los peores males para toda la comunidad si ella se casaba
sin someterse a la ablación. Sin
embargo, pasando por encima de todos los malos pronósticos, Eunice se
casó. – ¡Ah!, pero si ella con
clítoris pudo casarse, ¿por qué no otras también pueden hacerlo? – sonríe
mientras me cuenta lo que decían algunas mujeres, especialmente las más
jóvenes. Luego, quedó embarazada y
volvieron los comentarios en su contra, la acusaban de ser portadora del hijo de
los malos espíritus, trataban de aterrorizarla diciéndole que se moriría junto
con su hijo por no haberse dejado arrancar el clítoris y que una desgracia
incontrolable caería sobre la comunidad si ella no accedía a la
mutilación. Si se moría un animal,
era culpa de Eunice, si se secaba la cosecha, era culpa de Eunice, si llegaban
los Pokot con sus sangrientas guerras a pelear por las tierras, era culpa de
Eunice, todo lo malo que pasaba, era por Eunice y su vagina con clítoris. Sin embargo, su primer parto no tuvo
contratiempos, fue de gemelos. –¡Ah!,
pero miren, no solo se casó, sino que también quedó embarazada y además, pudo
parir no solo un hijo, sino gemelos – Decían las mujeres en su comunidad y la bola empezó a regarse
entre otras mujeres Ilchamus. Ahora Eunice tiene un hijo y dos hijas,
a las cuales por supuesto, no permitirá que se les practique la MGF.
La experiencia de coraje y valor
de Eunice, ha abierto la mente especialmente de las niñas en edad de aplicación
de la práctica, sin embargo, por otra parte, también ha sido discriminada
especialmente por algunas de las mujeres Ilchamus más tradicionales, quienes la
consideran una mujer sucia, impura.
Su propia hermana, se negaba a dormir con ella en la misma cama e
incluso en la misma habitación por temor a ser contagiada por la
desgracia.
Pero para Eunice, la desgracia de
las mujeres Ilchamus, no está representada únicamente en la MGF. Ella considera que la violencia
doméstica es dramática y casi incontrolable, porque las mujeres no tienen más
opciones sino dejarse golpear por los maridos, quienes actúan sobre ellas como si
fueran sus propiedades. –La
cultura tiene cosas muy bonitas de las cuales me siento muy orgullosa – Eunice
adora sus vestidos, sus artesanías, su territorio, la forma en que se
solucionan los conflictos, la técnicas con las que se construyen las viviendas,
sin embargo – la cultura también puede ser muy negativa y eso no significa que seamos
las mujeres las que tengamos que soportarlo -. Eunice está convencida de que el éxito del cambio es la
educación, ya que muchas mujeres no saben si es bueno o malo defenderse de los
maridos violentos, así como muchas madres que practican la MGF a sus hijas, tampoco
saben de los grandes riesgos a que las someten. Las mismas respetables mujeres que llevan a cabo los cortes
del clítoris, por unos cuántos dólares, desconocen los riesgos de la práctica.
Por otra parte son más bien pocos
los esfuerzos que en este sentido, hace Kenia como Estado para garantizar los
derechos de las mujeres, a pesar de haber ratificado la Convención para la
Eliminación de Todas las formas de Discriminación en contra de la Mujer –
CEDAW. Son las mujeres indígenas
en Kenia, las más vulnerables y empobrecidas.
En su tarea diaria de motivar a
las mujeres Ilchamus, Eunice Santawan Leparillo, piensa también que la
independencia económica es fundamental para cambiar los patrones de control y
opresión al interior de las comunidades, por lo que sueña con intercambios
culturales entre mujeres indígenas de otros pueblos y lejanos continentes.
Eunice Santawan Leparillo, envía
un mensaje a las mujeres indígenas de Latinoamérica para que sigamos luchando,
para que nunca abandonemos la cultura y contribuyamos al mejoramiento y la
preservación de la misma, también
hace un llamado para que nuestras luchas como mujeres indígenas en aras de exigir
la garantía de nuestros derechos, tanto al interior de nuestras comunidades como
ante el Estado, sean enérgicas y permanentes, sin que esto represente fracturas
irreparables en nuestros órdenes sociales o culturales. Finalmente Eunice, se refiere a la
necesidad de encontrar alternativas ante las contradicciones culturales que
producen violencia en contra de las mujeres.
Cuando hablar de violencia se
trata, desde las voces de pueblos indígenas y en particular de las mujeres
indígenas, representa profundas reclamaciones conceptuales y metodológicas. La mayoría de los estudios que han sido
realizados por organizaciones indígenas, valga la pena decir, en su mayoría
mixtas y en donde los cargos de dirección están en manos de los hombres, siempre
se orientan a analizar la violencia en contra de las mujeres indígenas que proviene
de parte de factores externos. Sin
embargo, iniciar debates sobre la violencia en contra de las mujeres indígenas derivada
de patrones considerados como culturales y ancestrales, es casi inconcebible, lo
que se convierte en el mayor desafío al que nos enfrentamos las mujeres
indígenas en el mundo. No todo lo
que ha sido bueno en el pasado, ni lo que ha sido considerado inquebrantable y
estrictamente necesario para reclamar pureza, identidad cultural o la conservación más pura de las
tradiciones, significa que tenga que ser bueno para el presente o para el
futuro, especialmente de las mujeres indígenas, por eso, hoy en día, nuestras
luchas para exigir respeto e igualdad especialmente al interior de nuestras propias
comunidades y pueblos, son más vigentes que nunca.
25 de
noviembre de 2011
Berna, Suiza
* Karmen Ramírez Boscán, su
nombre tradicional es Wayunkerra Epinayu.
Indígena Wayuu del Clan Epinayu. Escritora. Activista de los derechos de
las mujeres indígenas y de los pueblos indígenas. Epaya’a Miou (Consejera Mayor) - Delegada para Relaciones
Internacionales de la Sütsüin Jiyeyu Wayuu – Fuerza de Mujeres Wayuu, organización
de la cuál es fundadora. Editora
para Centro y Sur América del www.indigenousportal.com
y del www.notiwayuu.blogspot.com
Enviado por: www.indigenousportal.com
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